No sé si es por nuestra coetaneidad, si es por engancharme a su debut en aquel lejano 1999 con 15 añitos, o si es simplemente por su sonido, no demasiado explotado en España. Pero el caso es que siempre espero con ganas cada lanzamiento de Dikers. Y sin duda el hecho de que suelan hacerse de rogar-este es su quinto álbum desde 2002- contribuye también a intensificar esta curiosidad.
Y es que, precisamente, quizás sea una de las claves para la evolución de Dikers este tiempo de barbecho en el que trabajar en muchísimos otros proyectos con los que ir alimentando de forma inconsciente la personalidad de esta banda. Eso les ha permitido ir matizando su sonido, desde el pop rock noventero más juvenil que ofrecía “A qué esperamos”, al sonido más cercano al punk rock californiano cantado en castellano de álbumes posteriores. En sus dos últimos trabajos, “Carrusel” y “Casi Nunca llueve” se percibía ya un juego mucho más complejo de producción, con un sonido mucho más moderno y americanizado, con mil efectos de guitarra, voces distorsionadas, y en general recursos de producción no muy explotados en el rock estatal.
Y ahora, en este séptimo álbum, el proyecto de Dikers da una nueva vuelta de tuerca y prescinde en buena medida de todo lo superfluo en la producción, para facturar probablemente el disco más directo de su trayectoria. Es un disco sin artificios, de guitarra y puro rock, de riffs muy directos y cantado con muchísima pegada. En el sonido, el paso por Miss Octubre –grupo paralelo de Iker junto a su padre Alfredo y Agnes Castaño- es más que patente en este disco, con estructuras de intención semejante a las creadas para dicha aventura. Incluso el Flechas Cardinales de Barricada puede tener cierta semejanza sonora con tramos de este “Vértigo”.
La inmediatez se palpa también en sus letras, compuestas en esta ocasión mayoritariamente por Sergio Izquierdo –aunque también aparecen dos temas con letra de Iker y otro de Alfredo Piedrafita. Se abandona la metáfora, lo etéreo de muchos versos previos de la banda, para pasar a hablar de temas más concretos y mundanos: lo mismo dan cera a los modernos gafapastas, que hablan de la corrupción política o del daño de la guerra de Sarajevo. No son Lendakaris Muertos, pero sin duda concretan más su mensaje. ¿Mejor o peor? Cuestión de gustos.
El disco sólo modula su contundencia en el tema que cierra el disco, minimalista e intensa balada al piano más dulce que un katxi de lágrimas de unicornio. Pero tranquilos, es el único corte donde ponerse blanditos: en contraprestación hay también hueco para el humor gamberro de “La chica de la Curva” en el que muestran que su amor a ese espectro va incluso más allá del que le pueda profesar Iker Jiménez.
Un disco potente, que suena a directo, y que seguramente te resultará distinto a lo que esperaras fuera el nuevo trabajo de Dikers. El single de pretencioso es una pura declaracion de intenciones:
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