“Buenas noches. Sentimos haber tardado tanto en venir”
Esa fue la tibia disculpa de los Rolling Stones durante el inicio de su actuación en Madrid, un compromiso que debían zanjar de raíz con un show que marcase la diferencia... y unas expectativas que en definitiva los Stones sobrepasaron ante la feliz incredulidad de su público. La desvergüenza del concierto no celebrado el año pasado fue una deuda que por fortuna se saldó con creces.
Dos fueron los teloneros de la tarde. En primer lugar Loquillo, con un artificial y resobado rock´n´roll patrio que cuajó a la primera y fue reivindicado por una gran parte de la afición stoniana. La banda estatal dio paso a unos Jet admirablemente íntegros y correosos, que sudaron la camiseta para ofrecer una exhibición que por desgracia se fue tornando aburrida con pasmosa rapidez, si bien es cierto que todo ello importaba poco o nada. El hambre del plato fuerte del día era casi tangible y cualquier estimulante previo no parecía suficiente para calmarlo.
La espera tuvo su recompensa y algo más tarde de las diez y cuarto una gran explosión de luz y sonido detonaba el recinto. La imaginería audiovisual propia de un concierto de Pink Floyd estallaba como un puñetazo ante el atónito público, que reaccionó como era predecible al oír los primeros acordes de Keith Richards entonando
“Start Me Up”. Ya estaban aquí. Habían vuelto para comérselo todo otra vez, y de qué manera. Como un hijo pródigo que hace méritos para poder quedarse sus Majestades Satánicas se dejaron la piel como hacía mucho, mucho tiempo que no se presenciaba por aquí. Tras semejante arranque el concierto continuó con
“Let´s Spend The Night Together” seguido de un acelerado y rockero
“She´s So Cold”, que dio pie a las canciones propias de su mejor época -finales de los sesenta y principios de los setenta-. Atípicos himnos blues-rockeros de los lp´s emblema
“Sticky Fingers”,
“Let It Bleed” y
“Exile On Main Street” plagaron un set-list de ensueño, que abarcó
“All Down The Line”,
“Monkey Man”,
“You Can´t Always Get What You Want”,
“Sway” y un espectacular
“You Got The Silver” sin efectos ni grandes luces, cantada con una voz rota y desgarradora por el propio Keith Richards, sin su guitarra, solamente acompañado por Ronnie Wood a su lado y por un demoníaco pentagrama invertido de color rojo que coronó a sus espaldas el final de la emotiva actuación. A continuación un espectacular
“Happy” de nuevo con Richards como maestro de ceremonias pero esta vez acompañado de su instrumento y del resto de la banda. Un comienzo marciano y exquisito donde tuvo cabida un merecido homenaje al desaparecido Ray Charles, reivindicando su atemporal “(Night Time Is)The Right Time” con una rejuvenecida Lisa Fischer que volvía a demostrar ser algo más que un precioso adorno en la esquina del escenario. Pero ojo, no todo eran malas noticias para los enmudecidos grupos de fans con el recopilatorio de turno debajo del brazo. Tras semejante declaración de intenciones los clásicos de toda la vida se dejaron caer como martillazos, secundados de todo lo que se exige en un concierto de los Stones a día de hoy: Interminable pirotecnia, la gigantesca lengua-logotipo que comenzó a hincharse hasta cubrir toda la pantalla central, una gran porción de escenario que literalmente se movió transportando durante “Miss You” a toda la banda hasta la otra punta del estadio, donde por cierto tocaron dos temas más antes de volver por donde se habían ido, monstruosas columnas de fuego... Todo ello para adornar los atemporales
“Tumbling Dice”,
“It´s Only Rock´n´Roll(But I Like It)”,
“(I Can´t Get No) Satisfaction”,
“Honky Tonk Women”,
“Sympathy For The Devil” y el coreadísimo
“Paint It Black” que antecedió un sorprendente
“Jumpin´Jack Flash” más cercano a la versión de Motörhead que a la suya propia. El espectáculo culminó con el fantástico
“Brown Sugar” como único bis; épico desenlace que resumía el estado de la banda durante todo el show. Rápidos, duros y crudos. Incluso durante sus temas más genuinamente bluseros la banda se acercaba a un sonido más potente de lo que venía siendo habitual en las últimas giras. Los punteos de guitarra de un Richards absolutamente ido por fin sonaban realmente nítidos, y pese a que la leyenda se perdió en ocasiones supo salir de su propio atolladero sin necesidad de dejarle todo el trabajo sucio a Ron Wood, como últimamente nos tenía acostumbrados. Mick Jagger continúa inmenso. Puso en orden a la banda al tiempo que cantaba, saltaba y corría sin parar de un lado para otro conectando con la gente como nadie, y cómo no, Charlie Watts se consagró por enésima vez como el batería de jazz con más tablas y empaque del rock´n´roll.
Llegaron, arrasaron y fueron perdonados por su último desplante durante las primeras notas de la primera canción. Si hubiesen querido se podrían haber plantado ahí, pero fueron más allá y regalaron un espectáculo como no daban desde los ochenta, eso sí, con toda la apocalíptica maquinaria escénica actual.
Insuperables. Inimitables. El Rock´n´Roll le dio un beso de tornillo al público del Vicente Calderón para volver a hacerlo sólo cuando ellos quieran. El diablo quiera que pronto.
Artículo escrito por Iván Aliaga