Sello: Warner Music
Regresan los Sôber, y lo hacen con un disco -el primero con Warner- que únicamente puede haber sido gestado con muchas horas de trabajo a la espalda. Un disco premeditadamente conceptual, donde se aprecia un trabajo del álbum como conjunto, y donde se manifiesta un casi obsesivo control del detalle.
Ya en su álbum de regreso -tras los algo-más-que-escarceos con Skizoo y Savia-, Superbia, percibimos una evolución de Sôber hacia una acción más concienzuda a los mandos del estudio, dotando al disco de numerosos arreglos que enriquezcan los temas. Ahora esa creación de ambientes se vuelve más presente, logrando que los temas lacten su vida de algo que va mucho más allá de sus pedales de distorsión: un buen arreglo, un coro a tiempo, un elemento orquestal…son buenas herramientas cuando se utilizan para lograr un clímax continuado pero diverso a lo largo del metraje del álbum, dando tregua a las guitarras. Pocos artistas patrios parecen tener un control tal sobre el trabajo de coproducción en el estudio: quizás sea Bunbury uno de los pocos referentes a mirar en aquello de trasladar la canción de la guitarra acústica a su formato final.
El trabajo de arreglos es importante, como también lo es la elección del orden de los temas: la secuenciación de las piezas de este puzzle es importante, desde su arranque en una línea rockera de estribillos pegadizos a los que Sôber siempre nos acostumbró -arrancando con un temazo de seis minutos de duración-, hasta momentos de puro agobio mental a mitad del disco, que buscan su salida en unos temas más ambientales, cercanos a la experiencia Superbia. El disco se reproduce en bucle, sin cortes, y sólo en la parte final hay un atisbo para la luz, pese a la frecuente recurrencia de la banda a utilizar versos relacionados con la lucha y la superación. Antes de este optimista remanso de paz, que incita a salir del letargo para comernos el mundo, nos toca enfrentarnos a guitarras rockeras, a ambientes cargados y a textos sobre el hartazgo de los tiempos actuales, que nos dirige al letargo.
El control de la obra llega hasta el artwork, diseñado a golpe de bolígrafo por el propio Antonio Bernardini en un esfuerzo de minimalismo de este trabajo grabado en los Estudios Cube con Alberto Seara.
Probablemente Letargo sea el disco más redondo de Sôber, aunque precisamente en su concepción como unidad se queda en un segundo plano en lo demás: no destaca por tener las mejores canciones de Sôber, ni por ser más enérgico, ni por contar con los riffs mas metálicos ni mucho menos por tener las más bellas baladas. Pero, en el encanto de su conjunto, es el disco que haría escuchar a alguien que quisiera saber quién son esos madrileños llamados Sôber que llevan veinte años haciendo ruido.
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